Si permanecemos atentos a las señales, siempre se abren puertas hacia la vida de otras personas que tienen mucho para enseñarnos. Hoy, llevados de la mano de la sincronicidad, te vamos a contar sobre “Manolo” y “Guille”, dos amigos que, además de trabajar juntos y pasarla bien, se cuidan, quieren y respetan, y sin proponérselo muestran la valiosa importancia de ayudar centrados en el corazón. Esta es una colorida y emotiva historia que te hará sentir el valor de los pequeños gestos que iluminan.
Las casualidades no existen. Guillermo Almeira estaba pintando un departamento céntrico con ayuda de un señor que parecía ser de muy pocas palabras, y nosotros estábamos en la búsqueda de una nueva historia que contarte en Está Bueno. Fue así que, siguiendo nuestro sentir, al verlo mirando por la ventana le ofrecimos jugo y le dijimos que en caso de no gustarle podría dejarlo: “En la vida uno tiene que aprender a no despreciar”, dijo con voz pausada y una leve sonrisa quien oficiaba de colaborador.
Sus palabras nos resonaron tanto que al día siguiente fuimos hasta la carpintería “La Unión”, situada en la calle Balcarce 5877, del barrio Villa Mailín, porque la intuición nos decía que era tiempo de hablar con Guillermo y su ayudante, con mayor detenimiento.
“Manolo vive allá enfrente”, nos dijo Guillermo, refiriéndose a Manuel Mansilla, el hombre cuya respuesta nos había impactado por la manera franca y sentida con que la había pronunciado.
“Si bien yo lo conocía de antes, a Manolo lo encontraba siempre que sacaba a pasear mi perro en la placita donde ahora construyeron el Servicio Territorial, por eso un día le pregunté si estaba desocupado y como me respondió que sí le dije que se acercara hasta la carpintería a tomar unos mates. Así fue como una tarde pasó y no se fue nunca más”. De esa manera Guillermo comenzó a narrarnos cómo nació su fuerte vínculo con Manolo, un hombre servicial y silencioso, con el que ya llevan más de 15 años de amistad.
“A Manolo le gusta lo que tiene que ver con el trabajo rústico y también le gusta ayudar en todo lo que puede. Es de las personas que va a estar ayudando toda la vida, porque si te ve cortando pasto un domingo, por ejemplo, sin que le digas nada viene y te da una mano porque le encanta ayudar”. Así, mientras Guillermo nos iba brindando breves pinceladas sobre la manera de ser de su amigo, fuimos dando pasos en dirección a la casa de Manolo.
Estábamos casi por tocar a su puerta y ya sabíamos que a los 50 años Manolo arrancó en la carpintería “La Unión” cebando mate, ayudando a limpiar y acomodando muebles. Ahora, que tiene 65, también lija, remueve la pintura de puertas viejas y también lo ayuda a Guillermo cada vez que alguien le pide que le sume color a los trabajos de carpintería que realizan, los cuales también abarcan, entre otras cosas, la colocación de pisos flotantes.
“Tengo de todo y no me falta nada. Además me siento agradecido de tener un techo y de sentirme acompañado”, dijo Manolo sonriendo ni bien nos recibió en su casa y le preguntamos cómo se sentía. El lugar era modesto, pero con una gran calidez humana. Había un montón de imágenes y objetos que le daban al monoambiente la impronta de un hombre sencillo, con alma de niño, al que le gusta jugar a crear aviones y pequeños autos con los retazos de madera que quedan en la carpintería.
“Mirá, si querés te muestro”, dijo muy contento y rápidamente tocó una perilla que encendió las lucecitas de colores del avión más grande que hasta ahora construyó, el cual descansa unos metros por encima del respaldar de su cama, tal vez para hacer que por las noches sus mejores sueños vuelen.
“En la medida en que puedo, a mí me gusta ir armando algunas cositas” agregó Manolo, y se mostró feliz al ir acercándonos cada una de sus inventos.
Cada vez que sonreía su rostro resplandecía, sin embargo cuando permanecía en silencio daba la impresión de que en su camino de vida no todas habían sido rosas. “No trabajé desde muy chico porque cuando tenía pocos años mis viejos, que vivían en Juárez, se separaron y me llevaron al Instituto de Menores Gambier. Recién a los 21 años me vine a Olavarría y ya me quedé acá, en el barrio, haciendo changas y cuidando casas, aunque donde más trabajé fue en una bloquera hasta que cerró, pero yo siempre de algún modo me la rebusqué”, dijo Manolo, haciendo pausas entre frase y frase.
Su infancia no fue fácil, también permaneció muchos días internado a causa de sus constantes ataques de epilepsia. Aunque, afortunadamente, al llegar a la mayoría de edad ese cuadro se revirtió, luego de que dejó de tomar una medicación que era la causante de los trastornos de su sistema nervioso.
“Manolo es una persona muy predispuesta. Es muy compañero, educado y trabajador. Es una persona muy sana, que no tiene maldad y a la que tampoco le interesa el dinero. Nosotros lo incorporamos a nuestra familia como si fuese uno más, y nos sentimos muy contentos de que pueda tener un lugar en donde vivir cómodo”, nos comentó Guillermo, mientras Manolo ponía el agua para compartirnos unos ricos mates.
Mientras la pava levantaba temperatura, Guillermo nos explicó que “en el año 80 vine a vivir al barrio Villa Mailín, donde había poquitas casas. En esa época, Manolo vivía con un tío. Luego, durante algunos años, vivió con un matrimonio que tenía una despensa, pero ellos se fueron a probar suerte a España, él se quedó viviendo ahí hasta que vendieron la propiedad. Lo quisieron llevar, pero Manolo no quería irse del barrio, aunque aceptó ir por un tiempo al barrio Evita, a la casa de una señora que le compartió su techo, pero al poco tiempo falleció y nuevamente quedó sin hogar”.
Por ese entonces Guillermo estaba terminando su casa, y Manolo le pidió permiso para quedarse en una de las habitaciones hasta que finalizara la obra. Una vez que llegó ese momento, Guillermo y su socio, Javier Schmitz, decidieron que la construcción que utilizaban para guardar muebles bien se podría transformar en el hogar de Manolo.
“Fue así que limpiamos este espacio y se vino para acá, donde está muy bien y se siente a gusto”, destacó Guillermo, mientras observaba a su amigo y el brillo de su mirada indicaba que ese noble gesto, producto de la empatía y de su noble corazón, lo hacía sentirse pleno.
“Siempre hay que ser bueno con la gente, quizá por eso siempre me han ayudado mucho y no llegué a vivir en la calle”, comentó Manolo cuando se acercó con el mate listo para cebar.
“A las 5 de la mañana ya estoy levantado. Enseguida me tomo 2 ó 3 mates y me pongo a hacer algo. Generalmente riego las plantas, lavo la ropa y después me cruzo a la carpintería y estoy todo el día con ellos. Y a la noche, cuando llego, me pongo a mirar televisión. También me gusta salir a pasear, pero hay que andar con cuidado, porque antes el barrio era más tranquilo, pero ahora te roban por todos lados”, destacó cuando le preguntamos cómo era su día a día.
Como Manolo mencionó la palabra “pasear”, Guillermo no dudó y le dijo: “Mostrales lo que tenés allá”. Y en eso vimos, apoyada contra la pared, una excéntrica bicicleta que entre otras cosas tenía incorporada un volante de auto y el viejo parabrisas de una moto.
“A mí me gusta”, dijo contento, mientras se acomodaba la gorra. Y a cuenta gotas nos fuimos enterando de que se entretenía modificándola. Así fue como, poco a poco, Manolo se fue armando su “bici-motocicleta”, a la que también le colocó la bocina de un auto, una batería, luces y le anexó un gran avión de juguete y pequeños autitos de colección que cautivan las miradas de todos los chicos cuando lo ven salir a pasear por la calles de Villa Mailín.
Manolo se quedaba escuchando muy atentamente cada vez que Guillermo pronunciaba algo. “Yo creo que si Manolo no estuviese acá, alguna otra persona lo recogería porque realmente da ganas de ayudarlo, ya que él es de acompañar mucho a la gente cada vez que alguien necesita algo. Siempre que puede está ayudando, y también se vuelca mucho hacia las mujeres que están solas”, dijo Guillermo pícaramente, para que su amigo saltara.
La reacción de Manolo fue encantadora: “Secretos tengo, nada más que me los guardo”, dijo en tono bajito, y desató un gigantesco mar de carcajadas.
Para conocerlo un poco más, le pedimos a Guillermo que nos contara algunas particularidades de su vínculo con Manolo. “Aunque casi siempre lo peleamos y yo también me sumo a las bromas que le hacen en la carpintería, Manolo es muy respetuoso. Y, por más que yo soy más chico, siempre me trata de `usted´, y no porque yo le diga que tenga que tratarme de ese modo, sino porque él así lo siente”.
“Siempre hay que respetar. Por ahí a veces nos enojamos un ratito, pero siempre estamos bien enseguida”, dijo Manolo ni bien Guillermo terminó su frase. Así, con pocas palabras bien simples y transparentes, nos iba revelando parte de su esencia.
Ni bien fijamos la mirada sobre el póster que estaba sobre su cama, exclamó: “¡Tengo la colección de Sandro!”, y rápidamente desplegó sobre la mesa varios de los CDs que recopilan todas sus canciones. “Me gustan todas, pero mi canción preferida es `Una muchacha y una guitarra´. Esa es la que más canto”, dijo sonriendo Manolo, aunque también comentó que “le gustan varias canciones de Leo Dan y también disfruta escuchando folklore.
“Eso es lo que le gusta -destacó Guillermo-, lo que no le gusta es que lo peleen ni que lo hagan rezongar, y ese es el punto que generalmente se convierte en blanco de bromas en la carpintería, cuando a veces todos nos complotamos para hacerlo renegar”.
Entre otras cosas supimos que le gusta jugar a la quiniela. “Mi número favorito es el 48 y alguna que otra vez lo agarro”, expresó Manolo. Cuando eso sucede, las ganancias del azar luego se materializan en caramelos que comparte con todos los que se va cruzando. “¿A ustedes les gustan los caramelos?”, nos preguntó con entusiasmo, y al toque puso una bolsita de ricas golosinas sobre la mesa, junto a los CDs de Sandro que nos acababa de mostrar.
“A la rubia también le gustan los caramelos” le dijo Guillermo en tono de broma cómplice y como para hacerlo rezongar. No indagamos sobre ese tema para no ponerlo incómodo, pero, a juzgar por la inmensa sonrisa de Manolo, parecería que el amor andaba rondado su puerta.
“Lo bueno de los tipos como Manolo es que es gente en la que se puede confiar. Por eso nosotros nos sentimos muy bien de poder ayudarlo y hacer que se sienta como otro integrantes más de nuestro grupo de trabajo. No soy sólo yo el que está al lado de Manolo, todo el grupo de trabajo de la carpintería `La Unión´ (entre los que están Bruno Casanella, Javier Schmitz y Mario Almeira) lo apoya constantemente para que se sienta bien y esté acompañado, porque eso cuando él se enferma o tiene que hacer algún trámite, mi hermano Mario, por ejemplo, lo compaña al hospital o a donde necesite ir. Además, cuando no está en lo de mi mamá, en lo de mi suegra o en mi casa, está comiendo en lo de alguna vecina, porque todo el mundo lo invita, él siempre está acompañado”, subrayó.
La comida nos dio tema para una nueva pregunta. “Toda la vida fui de comer muy poco, pero a mí me invitan a comer por todos lado, y a veces no me da el tiempo para cumplir con todos”, dijo Manolo, tras lo cual aclaró que le gusta comer “cualquier cosa, lo que venga”, pero si le dan a elegir, lo que más le gustan son las “empanadas de carne”.
Con su presencia Manolo despierta ternura, porque se lo siente un hombre sin maldad, que siempre está dispuesto a ayudar, no esquiva al trabajo duro y también es muy voluntarioso. “A mí me gusta ayudar”, sostuvo una y otra vez, a lo largo de la entrevista, y no dudó en destacar que “por ahora novia no quiere porque prefiere no tener complicaciones”. También afirmó que en «la vida es importante ser honesto, decir la verdad y no robar».
“¿Qué cosas valorás de la gente?”, le preguntamos a Manolo, y su respuesta nos sorprendió: “Para valorar hay que valorar todo, por eso yo siempre valoro todo de la gente”.
“Manolo es un amigazo, es muy buen tipo -recalcó Guillermo-, él hizo siempre trabajos duros, como el de la bloquera y nunca se quejó. Ahora, gracias a Dios tiene su jubilación y cuenta con ingresos que le permiten vivir bien y tranquilo, como se lo merece”.
Mientras los escuchábamos hablar no podíamos evitar que nuestra mirada se desviara para todos lados, porque en cada rincón Manolo había puesto algún objeto que expresaba sus gustos y preferencias. Además de los pequeños autos y aviones, también había imágenes religiosas, radios, encendedores y relojes, porque disfruta coleccionado todo lo que sea fácil de portar. “A mí me gusta ir poniendo cosas lindas”, expresó al ver que nos quedábamos observando sus estantes.
“Soy hincha de Boca” también nos contó, Y destacó que el jugador que más le gustaba era “Alfredo Rojas”, al que lo apodaban “El Tanque”, porque “era metedor”. También nos mostró fotos que se fue sacando en sus viajes con Guillermo, y nos dijo que “no le gusta andar contando los años” porque prefiere vivir el día a día.
Para Manolo es importante la mistad y ser agradecido. Más que hablar le gusta escuchar y es de sonrisa fácil. También es de la clase de gente que tiene poco, pero que ofrece mucho, porque tiene un gran corazón.
“¿Hay algo que tengas pendiente o que te gustaría hacer?” le dijimos: “No, ya con todo lo que tengo me siento agradecido”, expresó.
Manolo no está acostumbrado a que lo bombardeen con tantas preguntas, ni que le saquen tantas fotos, así que sentimos que era tiempo de partir y dejarlo disfrutar de las canciones de Sandro que le alegran la mañana.
Cuando estábamos saliendo de su casa nos sorprendimos. En el apuro inicial por entrar a conversar, no reparamos en que junto a su florido jardín (al que riega todas las mañanas) había piedras, de diferentes tamaños, que habían sido cuidadosamente colocadas. “A donde voy a mí me gusta ir juntando piedras -dijo muy sonriente-, por eso cuando llego acá me pongo a crear y luego las pinto un poco con los restos de pintura que quedan de los trabajos que vamos haciendo”. Así, a paso lento pero firme, Manolo se fue armando una especie de gruta que engalana su lugar, y también puso sobre el techo una gran estrella que ilumina porque le encantan las luces.
Nos sentíamos contentos. De la mano de la sincronicidad se nos había abierto una puerta que además de permitirnos contar una nueva historia nos había dejado una hermosa sensación interna. Ahora que te la compartimos sabés que hicimos foco en Manolo porque es la historia de un hombre simple, de muy buen corazón, que a diario hace su aporte al río cristalino de la vida sumando gota de humanidad que se traducen en ayudar a los vecinos, no mentir, sonreír y hermosear su lugar jugando con las piedras y cuidando de las flores.
Manolo es un hombre sin maldad, el cual, sin proponérselo, hace que todos los que están a su alrededor saquen lo mejor que tienen para dar, porque con su sola presencia inspira ternura, con sus breves comentarios despierta sonrisas y con su predisposición para cooperar recuerda la importancia de ayudar a todo el que lo necesite.
Guillermo también hace su valioso aporte, aunque no simpatiza mucho con andar contando sus cosas. Sin embargo, como siempre lo que vemos y admiramos del otro es un fiel reflejo de lo que también está en nuestro interior, podemos decirte, sin temor a equivocarnos, que él también es muy buen tipo. Es alguien en quien se puede confiar y una persona que siempre va a estar a la hora de poner el hombre a quien más lo necesite, tal como lo hizo con Manolo cuando no tenía trabajo ni un techo digno bajo el cual cobijarse y descansar.
Dios quiera que por siempre existan muchos más seres humanos así, que sean sencillos, sin dobleces ni discursos engañosos, que estén dispuestos a colaborar, y que no duden en tender una mano solidaria y amiga, sin perder la sonrisa.
Seguramente si alguien desde el cielo ve los cambios que se están dando en la Tierra, tal vez no sepa diferenciar que parte de esos destellos que iluminan la vida de una manera tan pura son las acciones de Guillermo Almeira y Manuel Mansilla, dos amigos que se quieren, cuidan y respetan, cuyos pequeños gestos humanizan y bellamente suman a la hora de alumbrar.
(Fotos: Tomás Pagano)
P.D.: Esta es la canción de Sandro que más le gusta a Manolo : )
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