Detrás de todo hacedor, de todo impulsor o dinamizador de cambios siempre hay una historia de vida que está buena conocer, porque contiene las claves que le dan sustento a sus obras. Hoy te traemos el testimonio de una gran mujer olavarriense que construyó sus logros sobre la base de fuertes valores humanos y un espíritu tenaz y luchador, que también permitió que la generosidad de su corazón se exprese. Delia Bouciguez deja huella con su andar, y sus pasos muestran el sensible y necesario camino hacia una nueva humanidad, en donde se aprecie el valor de servir, brindando amor, dedicando tiempo y esfuerzo para que otros se pongan de pie y sonrían.
Delia es de las personas que opta por hacer y alejarse de los aplausos porque en verdad siente que “el mejor reconocimiento que uno puede tener es el aplauso interno”. Sabíamos que no sería fácil entrevistarla para que nos hablara sobre su vida, porque es una mujer que prefiere mantener un perfil bajo. Sin embargo teníamos una excusa perfecta para llamarla, porque hace un tiempo, cuando le hicimos una nota a su amiga Cora Rodríguez (que cumplió 101 años), Delia nos había comentado que “es necesario recordar a todas las personas que han hecho mucho por Olavarría y sin embargo ya casi ni se las nombra”.
“La idea de recordar a los que ha hecho mucho por Olavarría me gusta” dijo Delia cuando la llamamos por teléfono para ir a visitarla, y al día siguiente nos recibió en el living de su casa, en donde sus canarios nos dieron la bienvenida con hermosos cantos que alegraban la tarde.
Estábamos frente a una mujer que entre otras cosas había hecho realidad “La Casa del Deporte”, había presidido durante más de 13 años la Fundación del Hospital Municipal y también había fundado “El Rinconcito de Romeo”. Su camino de vida seguramente debía ser muy valioso en enseñanzas, pero no queríamos apresurarnos. La puerta de entrada hacia su rico historial de vivencias era comenzar la entrevista hablando sobre lo que ella valoraba de los demás. De todos modos, por nada del mundo evitaríamos hacerle preguntas personales porque también queríamos conocer cuáles eran las claves que le permitieron convertirse en una hacedora tan valiosa para Olavarría.
Dicen que lo que admiramos o valoramos de los demás revela información muy importante sobre cómo somos nosotros, porque el otro es como si fuese un espejo en donde vemos reflejada nuestra esencia. Teniendo en cuenta esa información, sabíamos que podríamos conocer más en profundidad a Delia simplemente hablando sobre las personas a las que admiraba.
“Muchas son las personas que han dejado huella en la comunidad, por eso no sé por qué en vez de andar dando tantas pálidas desde el periodismo no se recuerda, aunque más no sea en el día de su nacimiento, a todas las personas que han estado entre nosotros y cuyas vidas han sido motivo de orgullo para todos los olavarrienses. Yo tuve mucho vínculo con Fray Romeo, para mí él era un santo varón que teníamos entre los vivientes. Mi padre (Don Eusebio Bouciguez) también decía que el fraile era un santo. Fue un hombre fuera de serie y su amor por el prójimo fue impresionante. A veces andaba hasta andrajoso y si le comprábamos ropa él la donaba y seguía andando con lo mismo por más que estuviese deplorable. Para mí fue un lujo haberlo tenido como amigo, aunque en realidad él era amigo de todos”, comenzó diciendo Delia, con un tono de voz muy cálido y al mismo tiempo sentido.
“Te mencioné a Fray Romeo, pero también hay otras personas que han sido mis referentes, como María Nilda Nouselles de Blanco Fernández, a quien muchos conocían como `Chiquita´, que toda una vida ha estado con los abuelos como Dama Vicentina, brindándoles muchísimo amor, y también fue pionera en lo referido al instituto de Inglés. Yo tuve la suerte de tener muchas charlas con ella y la llegué a admirar por toda su obra al servicio de los demás, y me duele que la sociedad no la recuerde aunque sea una vez al año. Otra de las personas que está bueno recordar es a Angélica de Herbón, quien junto con su esposo trabajó muchísimo en favor de LALCEC. Ellas fueron grandes hacedoras, a las que he admirado muchísimo, y siento no haberlas conocido antes como para haber aprendido un poco más de ellas”, destacó.
“Otra persona que siempre admiré, por el amor que puso en su trabajo y por su sacrificio, y que no hace tanto que falleció, fue Mabel Chingotto, que fue la impulsora del Jardín de Infantes Mariano Moreno y luego siguió con la escuela. Otro grande fue el Dr. Jorge Scala, que fue el médico de los abuelos, de los pobres y de los frailes. ¿Quién lo recuerda? Iba a visitar a los enfermos a domicilio y no sólo que no les cobraba, además les llevaba los medicamentos gratis. Aunque más no sea una vez al año tendríamos que recodar a esas personas, ya que hoy ni siquiera a Fray Romeo casi se lo recuerda, ya que si no lo menciona Marcelo Manolio o publica algo Guile (Juan Carlos Leguizamón) pasó, y no es así porque ellos podrán estar muertos pero siguen viviendo en el corazón de la gente y es necesario recordarlos por todo lo que hicieron”, subrayó.
El clima cargado de emotivos recuerdos que se había creado en el luminoso living de su casa fue el que nos dio pie para pedirle que también nos contara cómo había sido su infancia y qué cosas sentía que había aprendido de sus padres: “De chica quería ser azafata porque me gustaba viajar -recordó-, pero eso era algo imposible porque había que trabajar. Eso era lo que nos inculcaban nuestros padres, porque en mi casa éramos una familia numerosa. No teníamos lavarropas, nuestra heladera no era eléctrica sino con hielo, y mis hermanos (Osvaldo, Eduardo y Raúl) se tenían que turnar un día cada uno para llenar el tanque de agua con la bomba de elevación. Eso nos llevó a cuidar el agua, valorar el trabajo y también valorar lo que hacían nuestros padres, quienes por provenir de familias humildes sabían muy bien lo que era el sacrificio”.
En la medida en que Delia nos iba contando su historia, sus logros como empresaria y mujer activa al servicio de la comunidad iban cobrando otra dimensión. “Mi mamá se llamaba Amelia Felisa Errobidart, y ella vivió para nosotros. También fue de familia numerosa y era gente de campo. Fue la compañera ideal de mi papá Eusebio, una mujer silenciosa que lo ayudó en todo. Mamá sí llegó a ver La Casa del Deporte inaugurada, y también mi tía Adalgicia, la hermana de papá, que era modista y hacía trajes de novia”.
Adalgicia fue una persona muy importante en la vida de Don Eusebio Bouciguez. “Papá tuvo 7 hermanos, y él siempre dijo que había podido estudiar perito mercantil gracias a una persona que le había dado un techo, comida y amor, y esa persona fue Adalgicia”, enfatizó.
“De nuestros padres heredamos la rectitud -señaló-. También nos inculcaron la importancia de no mentir, el respeto por los mayores, el cumplir con la palabra dada, siempre saludar, no tutear y ser respetuosos con todo el mundo. También nos transmitieron la importancia de la sencillez y la cultura del trabajo”.
Cada una de sus palabras iba revelando muchas de las características y cualidades que le permitieron destacarse en la escena local, pero eso no fue algo que se dio de la noche a la mañana, sino que fue un largo e intenso proceso que la animó a ir asumiendo nuevos compromisos que le brindaron grandes enseñanzas y también muchas satisfacciones.
Dada la relevante figura de su padre, Delia creció a la sombra de Don Eusebio, quien a fuerza de mucho trabajo y una gran conducta supo transformar su realidad y convertirse en un próspero hombre de negocios, cuya visión y generosidad lo llevó a impulsar La Casa del Deporte con la finalidad de darle respuesta a las necesidades de los clubes olavarrienses de tener un lugar donde reunirse.
“Quienes conocieron a mi padre saben cómo él colaboraba con todas las instituciones, porque era muy altruista -dijo Delia cuando le pedimos que nos hablara sobre ese tramo de su vida-. Mi padre empezó como empleado de la municipalidad, siendo dibujante de planos y luego pasó a tener sociedades y posteriormente contó con su propio corralón de materiales en la calle Independencia 2350 (donde actualmente sigue funcionando Bouciguez S.A.), así que nos necesitaba a toda la familia trabajando ahí (…), cuando él enfermó me dijo que si la continuidad de la obra iba a ser motivo de discusiones o discordia que no la continuara. Recuerdo que cuando me lo dijo se le caían las lágrimas, porque él sentía una gran pasión por La Casa del Deporte y, además, cada vez que contraía un compromiso, como buen vasco, era de cumplir. Y yo le di mi palabra de que iba a terminar su obra”.
“Cuando falleció papá, uno de mis hermanos hizo los cálculos de las bolsas de cemento, vigas, hierros, etc., que ya se llevaban invertidos y me dijo: `Mirá Delia, dejémoslo acá porque nos vamos a agarrar la cabeza´. Hablé con todos y me dijeron que si quería continuar la obra lo hiciese yo, entonces les dije que sí, que con mucho cariño la iba a seguir. Lo más caro lo hizo papá, pero aún restaba mucho trabajo, y por más que de construcciones yo no entendía mucho, ese cariño de hija me llevó a que me pudiera desenvolver”, comentó.
“La muerte de mi padre me generó un vacío muy importante, además falleció en el 89, que fue una época difícil. Por suerte con mis hermanos estábamos muy unidos y con respecto a la empresa era fácil porque sólo teníamos que seguir la conducta de mi padre. El camino ya estaba todo hecho, sólo había que seguir la huella. Era de tontos desviarse. Por suerte mis hermanos, en ese sentido, se han portado muy bien y no lo han defraudado” dijo con orgullo Delia, quien sobre sus espaldas cargaba con una pesada promesa que en lo profundo de su corazón bien sabía que, por amor, sería capaz de cumplir.
Delia no quería laureles ni reconocimiento, sólo cumplir con el mayor anhelo de su padre. Fueron 8 años bien intensos en los que tuvo que aprender a confiar en su fuerza interior para no bajar los brazos. “El día que inauguramos La Casa del Deporte sentí una gran emoción porque pude cumplir con el sueño de mi padre. También me emocionó que en el acto estuviesen los dos intendentes que formaron parte de la obra, el Dr. Carlos Víctor Portarrieu y Don Helios Eseverri, porque uno nos ayudó en el inicio, y en el caso de Eseverri fue muy importante su apoyo para poder terminar la obra. Ellos también fueron dos grandes hacedores. En ese festejo, entre otros, estuvieron Don Julio Grondona y Tito Emiliozzi. Fangio no pudo venir, pero sí mandó una foto suya con una dedicatoria para mi padre”, recordó.
La tarea que Delia asumió cristalizar no era fácil, implicaba mucho trabajo, esfuerzo y compromiso, porque la Casa del Deporte fue ideada para contar con cuatro pisos. “La idea original iba a tener dos pisos más y luego iba a tener otro piso suspendido, con un salón, porque mi papá se imaginaba que desde ahí iba a tener una buena vista de Olavarría y la zona serrana. `Esas son las obras que emprenden los que son grandes cuando piensan a futuro´, me dijo en su momento el intendente Portarrieu´, y tenía razón.
“Cada vez que hay algo que esté relacionado con mi padre la lluvia está presente, ya sea el día anterior, durante la fecha fijada o al día siguiente, y eso para mí es una evidente señal de su presencia. Yo digo que son como si fuesen sus lágrimas. Eso para mí es algo asombroso, porque es una señal constante de la cual muchas personas pueden dar testimonio”, mencionó Delia sonriendo.
Tiempo después de haber hecho realidad el gran sueño de su padre, Delia sintió ir por más y se transformó en la presidenta de la Fundación del Hospital Municipal por espacio de casi 14 años. “Hasta ese momento para muchos era `Delia, la hija de Don Eusebio´, por eso con lo de la Fundación sentí que en cierto modo tenía que demostrar si realmente valía o no valía. En mi vida fue un antes y un después el haber estado en el hospital, porque ahí uno ve muchas cosas que son muy movilizadoras y te ayudan a crecer como persona”, destacó.
Su paso por la Fundación le dio la posibilidad de ayudar y brindar amor por medio del servicio al prójimo. “Iba con muchísimo entusiasmo. Me gustó colaborar tanto en las cosas más simples, relacionadas con ayudar a conseguir instrumentos, hacer que se colocaran los pisos, las cortinas, los ventiladores y las sábanas, por citar algunos ejemplos, así como con aquello que era más difícil de lograr, como las becas, la cámara hiperbárica o el mamógrafo. Se trabajó mucho junto con el Dr. Cura, Roberto Puentes y Helios Eseverri, y fuimos brindado respuestas a las diferentes necesidades que se iban presentando sin escatimar esfuerzo”, indicó.
Detectar las necesidades muchas veces no pasaba por escuchar los pedidos sino que eran cosas que afloraban al caminar por los pasillos del hospital con la intención clara y sensible de querer ayudar: “Un día pasé por una sala y vi que a un abuelo lo tenían atado y me puse muy mal. La enfermera me explicó que no había quién lo cuidara para que no se caiga, y me explicó que eso se podía solucionar con las barandas volcables, pero que no había. Así que ahí nomás fui, hablé con Puentes y le pedí permiso para hacer las barandas, y un muchacho que trabajaba con nosotros nos ayudó e hicimos barandas volcables para toda la parte clínica. A mí me gustaba involucrarme y ayudar a brindar soluciones de la manera más rápida y efectiva posible”.
Su servicio a la comunidad no implicaba que desatendiese su rol de empresaria, aunque reconoce que “mis hermanos me hicieron el aguante, porque por cualquier cosita que se necesitaba en el hospital enseguida yo salía, porque era una tarea con la cual realmente me había comprometido mucho. De hecho un día un médico me dijo `a usted le va agarrar el virus de la hospitalitis´, y fue cierto, porque es una tarea que no sólo se llega a querer tanto por la manera en que te sensibiliza sino también porque te hace admirar el trabajo de todos los que ahí se desempeñan, ya sean médicos, auxiliares o enfermeras, porque todos hacen mucho para mitigar el sufrimiento y el dolor de los demás”.
La culminación de la obra de La Casa del Deporte implicó desarrollar la constancia, la fuerza de voluntad y el compromiso inquebrantable con la palabra dada. La Fundación del hospital le sumó a todo eso un mayor nivel de sensibilidad. “La Casa del Deporte era el amor hacia mi padre -remarcó-, en cambio lo de la Fundación fue un deber hacia la comunidad que me brindó muchísimas satisfacciones y me volvió más sensible”.
Delia se sintió “muy reconfortada” cuando una señora la paró en los pasillos del hospital para agradecerle que su esposo se había podido operar gracias a la labor de la Fundación. También destacó que “la cámara hiperbárica fue una lucha tenaz; nos costó, pero se logró. En esa época hubo que juntar 60 mil dólares”.
Las crónica de ese entonces, del diario El Popular, destacaban la importancia de la tarea realizada, así como el empuje de Delia, con las siguientes palabras: “El intendente municipal, Helios Eseverri, reconoció que `gracias al empeño y la constancia´ de Delia Bouciguez el Hospital Municipal cuenta hoy con la cámara hiperbárica, un elemento que ha resultado fundamental para la recuperación de varios pacientes. El jefe comunal admitió, elípticamente, que al principio esa cámara no había despertado gran interés en los responsables de la salud pública local, pero que fue finalmente aceptado por la persistencia de Delia Bouciguez”.
Delia es de las mujeres que no olvida y sabe reconocer, por esto también destacó que “Don Helios siempre nos ayudaba haciendo remates de vehículos o chatarras y todo iba para la Fundación. También recibíamos ayuda de mucha gente que donaba su tiempo y no cobra por la tarea que realizaban, porque el éxito de las instituciones radica en el apoyo de la comunidad. Eso es lo lindo, porque para que todo saliese bien había mucha gente dispuesta a colaborar. Uno sólo no es nada. Uno puede tener ideas, puede poner mucha garra o deseos de hacer las cosas bien, pero sin el aporte colectivo las cosas no se logran. Yo siempre también me sentí muy apoyada por el Dr. Cura, y por Puentes ni hablar, porque él siempre fue una persona muy ejecutiva, lo mismo que Don Helios”
“Yo siempre digo que lo que vale es el aplauso interior y el estar en paz con uno”, mencionó Delia, quien mientras se desempeñaba como presidenta de la Fundación sintió que tenía la fuerza y el empuje necesario como para aún ir por más, y también fundó “El Rinconcito de Romeo”, un espacio que ayuda a reverdecer el alma de las personas mayores (que funciona en la calle Belgrano 3195).
Sabíamos de esa tarea porque tiempo atrás le habíamos realizado una entrevista a Juan Carlos “Guile” Leguizamón, quien con mucho amor y dedicación hoy lidera ese emprendimiento que, tal como en su momentos nos los explicó, “es un espacio bien positivo y alegre, en donde se ayuda a que las personas mayores puedan recuperar la memoria, aprendan todo tipo de cosas, desarrollen la percepción, mejoren su autoestima, y puedan hacer las cosas por ellos mismos. También hay jornadas de reflexión, espacio para el arte, la música, los juegos de salón, el canto, el humor, el teatro, las manualidades, y se los ayuda a que comprendan que hay cosas, como la soledad, por ejemplo, que en realidad no existen, porque cuando aprenden a conectar con su interior se dan cuenta que siempre estuvieron acompañados”.
Nos interesó conocer qué fue lo que llevó a Delia a querer ayudar a los abuelos y hacer realidad el “Rinconcito de Romeo”: “En el año 2001 veía que en el hospital había muchos abuelos y eso me partía el alma, y hubo uno que en especial me marcó. Se trataba de un albañil muy conocido, que era muy buena persona y estaba en la Guardia, en silla de ruedas, porque se había golpeado. Llevaba tiempo esperando, así que entré, busqué al médico que le había sacado la placa, y tras notar que no iba a poder comprar los remedios se los conseguí por medio de la Fundación y lo llevé, con mucho gusto, hasta su casa. Como en ese momento en el país estábamos viviendo una crisis económica profunda, le pregunté por el trabajo y me comentó que `iba de mal en peor´. Le dije que si no lo tomaba a mal le haría un adelanto de dinero a cuenta de futuros trabajos, y este buen hombre me dijo: `No, Delia. Me paga cuando le pueda hacer el trabajo´. Sé que me debo haber puesto de todos colores, porque él se dio cuenta de que lo quería ayudar. Te cuento esto porque para mí fue un ante y un después, ya que esa es la clase de persona que tiene dignidad. Y si bien yo no soy llorona, la situación me conmovió, así que a primera hora de la tarde lo llamé a mi hermano Eduardo y le dije que había decidido hacer algo por los abuelos. Le conté lo que me había sucedido y le dije: `Esas son personas que nunca han vivido de la teta del Estado, son personas que no piden, por eso somos nosotros los que tenemos que ir a buscarlos´. Mi hermano me respondió diciendo: `Pero, Delia., te vas a meter en otra´. Sin embargo le pedí que confiara porque Dios me iba a ayudar, y así fue como de nuevo me entusiasmé y emprendí lo del Rinconcito, pero reconozco que cuando empiezo con una cosa le pongo tanta pasión que no descanso y eso a veces me sobrecarga el sistema nervioso”.
“Lo llamé a Guile y a Néstor Nasello, y se formó una comisión de gente linda, y qué mejor nombre que el de Fray Romeo, que era una un santo varón. Además entre mi padre y él había algo muy especial, y los dos ese secreto se lo llevaron a la tumba. Recuerdo que cuando estaba internado en Buenos Aires, Fray Romeo me dijo que le había dado su palabra a mi papá de que nunca nos diría todo lo que él lo había ayudado, porque había sido algo impresionante. Yo sólo sabía que el fraile venía casi todas las mañanas y se quedaba con papá conversando casi por espacio de una hora, luego se iba y uno no sabía nada de lo que pasaba. Ellos ya partieron, pero fueron personas que dejaron huella y se brindaron a la gente”.
De los muchos detalles que nos fue brindando, sobre las similitudes que existieron entre la vida de su padre y la de Fray Romeo, hubo un par de datos que los remarcamos porque nos llamaron la atención: el 19 de junio del 89 falleció Don Eusebio, Fray Romeo murió el 19 de agosto del 98; en tanto para la celebración de los 50 años como fraile, Don Eusebio fue quien habló por pedido de Romeo y ese fue su último discurso. En tanto las últimas palabras que pronunció en público Romeo fueron el 6 de abril, con motivo del cumpleaños de Don Eusebio.
En su receta para el servicio altruista Delia sabe que el ingrediente clave es el amor. “Lo que hace Guile en el Rinconcito es impresionante, de hecho los médicos le recomiendan a la agente mayor que vayan ahí, y les van sacando la medicación gracias a las mejoras que van notando, porque ven que ahí la gente sonríe, se siente acompañada, va contenta y participa de las diferentes actividades que, entre muchas otras cosas lindas, incluyen talleres imaginarios y divertidas propuestas que hacen que las personas mayores reciban muchos estímulos y se sientan queridas. Si no hay amor nada camina en las instituciones. Sólo el amor transforma”, enfatizó.
Luego de haber sobrevolado tres de los momentos importantes de su vida, como lo fueron la puesta en marcha de La Casa del Deporte, su paso por la Fundación del Hospital y el Rinconcito de Romeo, sentimos curiosidad por saber algunas cosas más sobre Don Eusebio, así que le pedimos que nos hiciera el favor de contarnos otros detalles de su vida: “Mi papá donó el primer sistema braille para la Escuela 505 que actualmente lleva su nombre. Muchas de las cosas que hizo mi padre nos las enteramos después de su fallecimiento, porque él no decía nada. Con el tiempo también me enteré que había ayudado a los frailes a construir unas 310 casitas económicas que contaban con lo necesario: un baño, una habitación, una cocinita y un lavadero. La tarea se inició con Emiliano Búfoli, que era un franciscano muy bueno, luego siguió con el Padre Emiliano en Cáritas y posteriormente la tarea se continuó Fray Romeo. Y ahora que te vuelvo a mencionar al fraile me acordé de Noemí Schumacher, otra valiosa mujer que fue el hada de Fray Romeo y a la cual admiro muchísimo, porque era de perfil bajo, muy trabajadora y mucho hizo por los abuelos. Yo me siento muy pequeñita cuando estoy frente a esa clase de personas”.
“Con mis hermanos nos enorgullece haber podido seguir ayudando a las personas que estaban becadas por papá -continuó-. Yo me quedé con sus carpetas, y ahí hay reflejadas unas historias impresionantes, porque él tenía una generosidad sin límites. Cualquier papel le servía para hacer sus anotaciones, porque él no tiraba nada. En esa carpeta anotaba el día en que había estado la persona, qué le había dado y a qué se había comprometido para cuando volviese. Mi padre siempre recorría las casas de toda la gente a la que ayudaba, por eso nunca quiso tener un auto llamativo, porque para él eso era ostentar frente al más necesitado”.
“Papá dio mucho -indicó Delia-, y lo que dejó era para trabajar, no para vivir de arriba. Esa es mi lectura, y si fue así lo aplaudo porque a los hijos hay que dejarles para trabajar, pero no todo servido porque de lo contrario no se valora. En estos 26 años desde que no está papá, con mis hermanos hemos pasado de todo en la empresa, pero supimos salir adelante porque nos enseñó la cultura del trabajo. En cambio, si hubiésemos tenido todo muy fácil o servido estoy segura de que lo hubiésemos perdido todo. Nosotros hoy en día seguimos incluso con su misma modalidad de trabajo, nada ha cambiado, por eso si una persona tiene una nota de crédito no tiene por qué llevar otra mercadería, al cliente se le devuelve el dinero. Cosas como esas se siguen manteniendo a rajatabla, porque mi padre nunca fue de tener vivezas criollas”.
“Mi papá nunca fue de decirnos que ayudar era importante, pero sí lo demostró con hechos. Él no decía nada, sólo hacía y jamás contaba a quienes ayudaba. Nosotros siempre veíamos que la gente humilde a veces le traía acelga o un ramito de flores silvestres, y después nos enteramos que él apadrinó a muchas familias. Además podía venir a visitarlo un empresario que él iba, lo saludaba y le decía:`Espéreme un segundito, mientras vaya hablando con los muchachos que enseguida tomamos un cafecito´, él no hacía esperar a quienes iban a verlo por más que fuesen muy pobres. Mi padre nunca hizo diferencias por cuestiones de clases; es más, le decían `Sol de enero´ porque abrazaba a todo el mundo”.Escucharla recordar a su padre realmente daba gusto porque su rostro irradiaba una gran felicidad.
No quisimos abusar de su tiempo ni de su generosidad, pero saber que durante todos estos años prácticamente no se había tomado descanso en la tarea de ayudar, hizo que le preguntásemos si tenía ganas de hacer o impulsar algo más. “En su momento me tentó la idea de emprender algo distinto con los abuelos, algo así como crear algún lugar sólo para las personas mayores, donde pudiesen contar con todos los servicios, en donde siempre todos pudiesen estar acompañados, en contacto directo con la naturaleza y en donde pudiesen seguir aprendiendo. Sin embargo ahora me inclino más por intentar poner en práctica una iniciativa que no llegué a conocer en profundidad, pero de la cual sí tuve noticias. Se trata de `Los amigos del bien´, que consiste en algo así como conformar un grupito, de no más de 10 personas, que tengan cierto poder adquisitivo y quieran asumir un compromiso por mes, sólo de palabra, para actuar de manera anónima haciendo el bien, ayudando a personas o instituciones que necesiten cosas puntuales. Eso es algo que a mí me gustaría hacer, porque eso no implica trabajo y realmente ayudar es algo que me gratifica”.
Por último quisimos saber qué es lo que en la vida estaba bueno para Delia, y cómo le gustaría que la recuerden: “Para mí está bueno poder disfrutar de mis 5 nietos y también ayudar a la gente. A Dios le pido todas las noches tener los medios como para realmente poder ayudar, porque hay mucha gente con necesidades pero cada vez menos personas que estén dispuestas y comprometida a ayudar. No sé si eso obedece a que vivimos momentos críticos o que la gente pierde tiempo en muchas otras cosas como mirar tanta televisión, la computadora o los celulares”, comentó.
Y con respecto a la última parte de nuestra pregunta dijo: “No sé cómo me gustaría que me recuerden, tal vez como una buena persona de la cual mis hijos (Marisa y Claudio) se sientan orgullosos porque de la mamá se habla bien. Creo que esa es la mejor herencia que se les puede dejar a los hijos, porque el dinero va y viene, lo necesitamos para vivir y puede quitar el estrés, pero no es lo que hace la diferencia”.
Además del saludo muy especial para Marcelo Manolio y Rita Piecenti (ver recuadro aparte), Delia aprovechó y también le dejó u cariño muy especial para Cora Rodríguez, quien recientemente cumplió 101 años, y fue quien hizo posible que actualmente ella sea la portadora de la máquina de escribir y la victrola de Carlos Gardel (clickeando aquí se puede leer la nota completa).
Si tal como dijimos al comienzo de la nota, en donde mencionamos que “lo que admiramos o valoramos de los demás revela información muy importante sobre cómo somos, porque el otro es como si fuese un espejo en donde vemos reflejada nuestra esencia”, podemos concluir esta nota diciendo que Delia es una mujer tenaz, trabajadora, apasionada y con fuertes valores humanos bien arraigados desde la cuna. Es una mujer que tiene palabra y sabe honrar sus promesas, es constante, servicial, piensa en el otro y brinda amor ayudando. Y por si todo eso fuese poco, además es olavarriense. ¿Qué más se le puede pedir?
Delia Bouciguez es una incansable batalladora de las causas nobles, que no busca aplausos ni reconocimientos públicos, por eso desde Está Bueno sentimos hacerle esta especie de homenaje para que su ejemplo de vida se multiplique, porque con su peregrinar ella deja una hermosa huella que muestra el sensible y necesario camino hacia una nueva humanidad, en donde se aprecie el valor de servir, brindando amor, dedicando tiempo y esfuerzo para que otros se pongan de pie y sonrían.
(Fotos: Tomás Pagano)
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Clickeando sobre la imagen se accede a la nota que le hicimos a Cora Rodríguez, en la cual Delia muestra la victrola y la máquina de escribir del mítico Carlos Gardel.