Se cumplieron 32 años de la decisión de un hombre, muy poco conocido, que salvó al mundo de la Tercera Guerra Mundial: su nombre es Stanislaw Petrof.
Se trata de un teniente coronel retirado del ejército soviético que durante la Guerra Fría evitó la muerte de entre 3 y 4 mil millones de personas al desobedecer un protocolo militar de seguridad y confiar en su sentido común.
Su decisión evitó que Rusia iniciara un ataque nuclear contra Estados Unidos. A pesar de haber identificado correctamente una alerta de ataque con misiles como una falta alamar, Petrof fue reprendido, se lo transfirió a un puesto de menor jerarquía y poco después se le dio la jubilación anticipada de 200 dólares que a penas le permitía subsistir. La historia de estos hechos no vio la luz hasta el año 1998 y fue conocida con el nombre de «el Incidente del Equinoccio de Otoño».
Recién en el 2004 recibió un premio internacional por su acción en favor de la humanidad. Te invitamos a que conozcas la historia verídica de este verdadero héroe que salvó al mundo del mayor ataque atómico que se hubiese registrado en la historia de la humanidad.
Varios son los sitios que en internet cuentan la historia de lo sucedido de este modo: Todo estaba en calma, un Coronel de 44 años de la sección de inteligencia militar de los servicios secretos de la Unión Soviética llegaba a su puesto de mando en el Centro de Alerta Temprana de la inteligencia militar, desde donde coordinaba la defensa aeroespacial rusa. Esa debería haber sido su noche libre. Fue convocado a último momento porque quien debía estar había dado parte de enfermo.
Su trabajo consistía en analizar y verificar todos los datos de los satélites sobre un posible ataque nuclear americano. Contaba para ello con un protocolo sencillo y claro. Después de las verificaciones correspondientes, debía alertar a su superior, quien de inmediato iniciaría el contraataque con armamento nuclear masivo sobre los Estados Unidos y sus aliados.
Poco después de la media noche, exactamente a las 12:14 del 26 de septiembre de 1983, todos los sistemas de alerta saltaron; las sirenas sonaron y las pantallas de las computadoras mostraban: “ATAQUE DE MISIL NUCLEAR INMINENTE”.
Un misil había sido lanzado desde una de las bases de los Estados Unidos. Pidió mantener la calma y que cada uno hiciera su trabajo. Y él hizo el suyo. Verificó todos los datos y pidió confirmación de visión aérea, pero esto último se pudo confirmar dadas las condiciones climáticas.
A pesar de las confirmaciones, concluyó que tenía que haber ocurrido un error. No era lógico que EE.UU. lanzara un solo misil si estuviera atacando a la Unión Soviética. Y desestimó la advertencia como una falsa alarma. Pero poco después, el sistema indicó un segundo misil. Y después un tercer misil. Preso de una fuerte descarga de adrenalina, desde el segundo piso del bunker podía ver, en la sala de operaciones, el gran mapa electrónico de Estados Unidos con la base militar en la costa Este, desde donde habían sido lanzados los misiles nucleares, parpadeando.
En ese momento el sistema indicó otro ataque, un cuarto misil nuclear e inmediatamente un quinto misil. En menos de 5 minutos, cinco misiles nucleares habían sido lanzados desde bases americanas contra Rusia. El tiempo de vuelo de un misil intercontinental balístico desde los EE.UU. era de 20 minutos.
La actividad era frenética. Después de detectar el objetivo, el sistema de alerta temprana lo hacía pasar por 29 niveles de seguridad que debían confirmar, lo hizo sospechar lo contundentemente que pasaban las alertas los niveles de seguridad. Sabía que el sistema podía tener algún mal funcionamiento. Pero, ¿podría todo el sistema haberse equivocado cinco veces? El principio básico de la estrategia de la Guerra Fría habría sido un lanzamiento nuclear masivo, una fuerza abrumadora y simultánea de cientos de misiles, no cinco misiles de a uno. Tenía que ser un error…
¿Pero si no lo era? ¿Si era una inteligente estrategia americana? El holocausto tan temido estaría sucediendo y él no haría nada? Tenía cinco misiles nucleares balísticos intercontinentales en dirección a Rusia y sólo 10 minutos para tomar la decisión de informar a la dirección soviética. Siendo perfectamente consciente que si informaba lo que todos los sistemas confirmaban, desencadenaría la Tercera Guerra Mundial.
Los 120 oficiales e ingenieros militares, con sus ojos fijos en él, esperaban su decisión. Nunca antes en la historia la suerte del mundo había estado en manos de un solo hombre como en esos 10 minutos. El futuro del mundo pendía de su decisión, él luchaba entre si debía o no hacer accionar el “botón rojo’’.
Pensó: los americanos aún no tienen el sistema de defensa misilístico y saben que un ataque nuclear contra Rusia equivale a la aniquilación inmediata de su propia población. Y aunque desconfiaba de ellos, sabía que no eran suicidas.
Sabiendo que si estaba equivocado una explosión 250 veces mayor a la de Hiroshima ocurriría sobre ellos pocos minutos después sin que pudieran hacer nada, fue capaz de mantener la cabeza fría, de tener el coraje de escuchar a su instinto y de ajustarse a la conclusión lógica que le indicaba el sentido común: decidió reportar un mal funcionamiento del sistema.
Paralizados y sudando a mares, él y los 120 hombres a su cargo contaban los minutos que faltaban para que los misiles alcanzaran Moscú. Cuando de golpe, segundos antes, las sirenas dejaron de sonar y las luces de advertencia se apagaron. Había tomado la decisión correcta y salvado al mundo de un cataclismo nuclear. Sus camaradas, empapados de sudor, se lanzaron sobre él abrazándolo y lo proclamaron un héroe. Él se desplomó en su sillón. Al terminar esa noche durmió 28 horas seguidas.
Lo que en realidad ocurrió es que, en estas fechas próximas al equinoccio de otoño, los satélites, la Tierra y el Sol se alinearon provocando un extraño error en los detectores. El Sol se había elevado sobre el horizonte en el ángulo exacto para que los satélites interpretaran sus señales térmicas como un ataque de misiles.
Cuando regresó al trabajo, sus camaradas le regalaron un televisor portátil de fabricación rusa para agradecerle. Todos estaban vivos gracias a la decisión que él había tomado. Al enterarse de lo ocurrido, su superior le dijo que sería condecorado por haber evitado la catástrofe y que propondría crear un día en su honor. Pero no fue así. Rusia no podía permitirse que EE.UU. y el pueblo ruso se enteraran de lo sucedido. Fue reprendido por no haber cumplido el protocolo. Se lo transfirió a un puesto de menor jerarquía. Y poco después se le dio la jubilación anticipada.
Vivió el resto de su vida en un modestísimo 2 ambientes en los suburbios de Moscú, sobreviviendo con una mísera pensión de 200 dólares por mes, en absoluta soledad y anonimato. Hasta que en 1998, su comandante en jefe, Yury Votintsev, presente aquella noche, reveló lo ocurrido en un libro de memorias que por casualidad llegó a Douglas Mattern, Presidente de la Organización Internacional de Paz, “Asociación de Ciudadanos del Mundo”.
Y después de verificar tan alucinante historia, salió en persona en busca de ese héroe anónimo al que todos le debíamos estar aún en este mundo, para hacerle entrega del “Premio Ciudadanos del Mundo”.
La única pista sobre dónde encontrarlo la recibió de un periodista ruso, que le advirtió que tendría que ir sin hacer una cita porque su teléfono no funcionaba, y su timbre tampoco. Encontrar su rastro en una fila enorme de complejos conventillos grises a 50 kilómetros de Moscú no le resulto fácil.
Finalmente lo encontró en el segundo piso de uno de los edificios. Sin afeitar y desalineado, asomó la cabeza. “Sí, soy yo, pase”.
“Sentí que me encontraba con Jesús cuando él abrió la puerta”, dijo Douglas Mattern. “Sin embargo, él estaba viviendo como una persona de la calle. Cojeando, con sus pies hinchados, sin poder caminar mucho y constándole ponerse de pie, me dijo que sólo salía para conseguir provisiones”.
Además de relatarle la historia más o menos como se las acabo de contar, este hombre le diría: “No me considero un héroe; sólo un oficial que a conciencia cumplió con su deber en un momento de gran peligro para la humanidad’’. “Sólo fui la persona correcta, en el lugar y momento indicado”.
“En un mundo tan lleno de vanidosos que “pretenden” salvar algo cuando en realidad lo único que hacen es daño a los demás y al planeta. En un mundo tan lleno de miserias, mezquindades, egos, avaricia y ambiciones; la humildad de este hombre y su indiferencia por la fama y la importancia, estremece profundamente”, dijo Mattern.
Después de conocerse este hecho, expertos de EE.UU. y Rusia calcularon cuál habría sido el alcance de la devastación según el arsenal con el que contaban y habrían lanzado en ese momento, y llegaron a la friolera de que entre 3 y 4 MIL MILLONES de personas, directa e indirectamente, fueron salvadas por la decisión que ese hombre tomó esa noche.
“La faz de la tierra se hubiera desfigurado y el mundo como lo conocemos, acabado”, dijo uno de los expertos.
Luego de conocida su historia, Stanislaw Petrof recibió las siguientes distinciones:
• El Premio Ciudadano del Mundo el 21 de mayo 2004.
• El Senado australiano lo premió el 23 de junio 2004.
• Fue honrado en las Naciones Unidas el 19 de enero 2006. Dijo que fue su “día más feliz en muchos años.”
• En Alemania, en 2011, el dieron el Premio Alemán de Medios, que reconoce a personas que han hecho contribuciones significativas a la Paz Mundial, por haber evitado una potencial guerra nuclear.
• Fue Premiado en Baden-Baden el 24 de febrero del 2012.
• Galardonado con el Dresden Preis en 2013.
• Y Kevin Coster realizó el documental “El Botón Rojo” en su honor.
Está Bueno que más personas sepan el nombre del héroe que, basándose en su sentido común, ayudó a salvar a gran parte de la humanidad: Stanislaw Petrof.
Trailer promocional de «The Man Who Saved The World».
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