Hay mujeres que son guerreras. Consagran todas sus fuerzas y osadía en la luz del servicio hacia los más necesitados, y no temen en llevar sus cuerpos al extremo con tal de que otros se sientan felices. Hilda Leticia De los Santos es una de ellas, por eso desde hace 14 años sostiene el comedor “Rincón de luz”, un hermoso y humilde lugar en donde las madres, ancianos y niños de Olavarría encuentran en su corazón solidario y generoso la ayuda y la contención que tanto necesitan. Su historia merece propagarse porque inspira a no bajar los brazos, y es un valioso ejemplo de que todo el que se lo propone puede ayudar a gestar un mundo más solidario y humano. Hoy te hablaremos sobre Hilda, la mujer que alumbra.
Como somos de contar las historias tomándonos nuestro tiempo, sólo para los ansiosos adelantamos que Hilda es madre de 9 hijos (2 mujeres y 7 varones), llegó a darle de comer dentro de su casa a más de 400 personas y hoy el comedor que sostiene no pasa necesidades, sin embargo ella sí, porque dio su máximo esfuerzo y ahora los médicos le dijeron que “si no baja un cambio le costará la vida”. Visto así suena un tanto trágico, sin embargo sigan leyendo porque no todo es lo que parece : )
La cita era a las dos de la tarde en Muñoz 1204. Allí había un cartel cuya frase rezaba: “Desde las cosas simples, desde el trabajo cotidiano, hagamos un mundo mejor para los niños”. Habíamos llegado a Rincón de Luz, el lugar que Hilda hace brillar (en el barrio Martín Fierro) para que siga viva la llama de la esperanza.
Le tocamos timbre y salió a recibirnos con su perro “Pancho”. Lo primero que nos llamó la atención fue su hermosa manera de sonreír. Sabíamos que estábamos frente a una mujer de 57 años que a lo largo de su vida había tenido que librar duras batallas, en donde la desnutrición, la indiferencia social y las situaciones marginales le habían pegado fuerte, sin embargo ella no había perdido su maravilloso encanto, y lucía una fresca sonrisa.
En el contexto del llamado Plan Vida, impulsado cuando Chiche Duhalde estaba al frente del Consejo Provincial de la Familia, se creó una estructura femenina de acción social que se denominó “manzaneras”, y llegó a contar con 42.000 mujeres en toda la Provincia que se dedicaban a brindar apoyo nutricional a embarazadas y niños de hasta 5 años de edad en los barrios más necesitados. Hilda fue una de las primeras en sumarse, tras ser asistente voluntaria en la parroquia San Cayetano, donde donaba parte de su tiempo para ayudar.
Ya como manzanera, al ver tantos casos de desnutrición, sintió que tenía que hacer algo por los más necesitados. “Cuando comencé a trabajar como manzanera y vi tantos chicos con casos de desnutrición le pedí a Dios me diera fuerzas para poder hacer algo por esos chicos, y eso me llevó a impulsar el comedor. El 9 de marzo cumplí 22 años de manzanera, y el 3 de marzo se cumplieron 14 años que tengo el comedor”. Así comenzó contándonos Hilda sus primeros pasos, cuando le pedimos que nos narrara cómo hizo para gestar Rincón de Luz.
“Recuerdo que un día le dije a mi suplente, Adriana Cherno, `vamos a hacer algo por esta gente, pongamos un comedor comunitario´. Ella al principio me decía que estaba loca por el esfuerzo que implicaba, sin embargo salimos a pedir llevando el distintivo de las manzaneras. Por ese entonces mi amiga pensaba que si salíamos a pedir colaboraciones nos iban a sacar a patadas, pero yo confiaba en que nos iban a ayudar, así que fuimos pidiendo por todos lados y después la gente venía sola a ayudarnos. Fue cuestión de animarse, tener coraje y sobre todo paciencia y amor por los chicos, porque si no tenés paciencia y amor por los chicos es mejor que esta tarea no la hagas porque no la vas a poder sostener en el tiempo”, comentó Hilda.
Continuando con sus primeros pasos, Hilda también señaló: “Como en esa época en que nos iniciamos como manzaneras desde el gobierno también se entregaba lenteja, harina y soja, muchas mamás me decían `cómo lo cocino si no tengo gas porque no me alcanza para pagarlo´, y eso también fue lo me llevó a querer abrir el comedor comunitario”.
“Cuando abrí Rincón de Luz, en Olavarría llegó a haber 42 comedores, pero el único que quedó en pie fue el mío y ya llevo 14 año al frente del comedor. Con el tiempo, nació de la gente que comenzara a cobrar una cuota-socio que me permitiera hacer el salón, la cocina, comprar los utensilios de cocina, las ollas, etc. Costó muchísimo reunir todo, pero gracias a Dios y a la ayuda de la gente pudimos hacerlo”, destacó.
Hilda es de las mujeres que tienen un corazón inmenso y no se dejan amilanar por las dificultades. Ella no abrió el comedor Rincón de Luz desde un lugar de comodidad ni porque le sobrara el tiempo, todo lo contrario. Pero sus ganas de ayudar a que otros no pasaran por las mismas circunstancias dolorosas que sus hijos fue tan fuerte que decidió no quedarse con los brazos cruzados, y se lanzó a la acción sin tener del todo en claro cómo hacerlo: “Al principio comencé dando de comer dentro de mi casa y fue todo un caos. La situación era tremenda, porque venían mis hijos y mi esposo de trabajar, y yo tenía mucha gente dentro de mi casa a la que estaba asistiendo. De todos modos, por más que en mi realidad estaba muy limitada, decidí abrir el comedor dentro de mi casa porque yo la pasé mal con mis primeros cuatro hijos, ya que más de una vez los acostaba sin comer. En esa época vivía detrás de la casa de mi suegra, con dos chapas como techo, maderas que hacían de pared y como lona tenía una puerta”.
“Yo tengo 9 hijos -indicó-, ahora el más chiquito ya tiene 11 años. Cuando comencé con el comedor yo ya tenía a 8 de mis 9 hijos. De hecho mucha gente se sorprende cuando se entera que arranqué con el comedor teniendo tantos chicos, por lo que implica criarlos”.
Nos resultaba difícil imaginar cómo se las ingenió Hilda en sus comienzos para darle de comer a tanta gente dentro de su casa y al mismo tiempo responder a las demandas de sus 9 hijos. “Yo quiero muchos a los chicos -subrayó-, por eso lo que hice al comenzar con el comedor fue integrar a mis hijos para que me ayudaran en la tarea, así que tanto ellos como mi marido me ayudaron siempre. Al principio mis hijos me decían: `mamá vos estás loca, te vas a meter en un problemón´. Pero yo les decía que se quedaran tranquilos porque Dios nos iba a ayudar, y así fue”.
Lo primero que Hilda aprendió en su noble tarea de servicio fue la importancia de ser constante más allá de los contratiempos que pudiesen surgir. “Al principio salíamos en bicicleta a pedir colaboraciones para el comedor y nos encontrábamos con que nos robaban las bicicletas. De todos modos salíamos caminando, porque nada nos detenía. A veces teníamos que ir hasta la otra punta de la ciudad para conseguir las cosas, pero de todos modos lo hacíamos. Sabíamos que no teníamos que bajar los brazos”, destacó.
Con el paso del tiempo, el esfuerzo, la constancia y la buena letra realizada comenzaron a dar sus primeros frutos. “En la medida en que fueron viendo el esfuerzo que hacía para dar de comer dentro de mi casa, la gente me impulsó a crear la cuota socio para poder contar con un lugar en donde seguir brindado servicio, sin que eso afectara mi hogar. Así fue como comenzamos a abrir los cimientos y fuimos haciendo todo lo necesario para crear junto a mi casa un lugar para el comedor. Además de la gente, varias empresas, negocios y agrupaciones fueron colaborando para que podamos contar con los bancos, la pintura, la cocina y todo lo que necesitábamos. No los menciono porque sería injusto si me olvido de alguien, pero realmente muchos han colaborado en todo este tiempo y se los agradezco de corazón”.
La ayuda que Hilda brinda en Rincón de Luz no se centra sólo en los más chicos, también asiste a mujeres embarazadas y madres solteras y ancianos. “Acá vienen niños, chicas embarazadas de 14 años y hasta abuelos y abuelas 80 años”, puntualizó.
Si bien en sus comienzos ayudó a todo el mundo, la experiencia en el trato diario con la gente fue haciendo que prestara más atención a algunos detalles, y actuó en consecuencia. “Con el tiempo comencé a evaluar si realmente todos los que venían necesitaban ayuda, porque me di cuenta que algunas madres lo que hacían era ahorrarse la comida viniendo al comedor para luego comprase celulares o pagar la cuotas de una moto. A esas madres les tuve decir que no vengan más, porque ellas de esa manera le estaban quitando la posibilidad de acceder a un plato de comida a quienes realmente sí lo necesitaban, y así fue como fui ajustado el número de gente, porque hubo un momento que llegué a asistir a 420 personas en mi casa, cuando aún no estaba construido el salón del comedor. Ahora le estoy brindado ayuda a 90 chicos, más las madres y la gente mayor. De todos modos, gracias a Dios, el número ha ido disminuyendo”, sostuvo Hilda.
Le pedimos que nos diera algunos detalles de lo que hacía, y esto fue lo que nos dijo: “En este espacio, más allá de la ayuda diaria que se brinda con ropa y alimentos, hay mamás que vienen a hacer manualidades y también se dan clases de computación. Además, entre otras cosas, acá celebramos el Día del Niño, el Día de la Madre, Año Nuevo, Navidad, Reyes y el aniversario del comedor. El año pasado la ayuda que tuve fue increíble, porque yo todos los años daba una bolsa para Navidad o para fin de año, sin embargo gracias a la solidaridad de la gente no sólo pude dar para Navidad y Año Nuevo, sino también para Reyes. Jamás pensé que iba a recibir tanta ayuda. Fue hermoso cómo respondió la gente, y sé que ellos me apoyan porque ven y saben cómo trabajo, por eso siempre los invito a que vengan a mirar y conozcan a quienes ayudan. También lo que hago es sacarles fotos a quienes reciben las bolsas con las donaciones, de manera que todo sea bien trasparente”.
La ayuda que Hilda brinda no sólo se limita a la gente que pasa por su lugar. “Yo también ayudo a una anciana que vive detrás de la Ruta 226 y también a tres familias en Blanca Grande. Hace 15 días mandamos una camioneta llena de ropa, calzado y alimentos, y tratamos de enviarle cosas cada uno o dos meses. Las bolsas hasta Blanca Grande me las lleva un señor que vive por el Regimiento, quien con su esposa me hacen el favor de alcanzarlas, porque de lo contrario el costo del flete haría imposible ayudarlos”, comentó.
Si bien también ayuda a las madres y a las personas mayores, quienes más la movilizan son los más chicos. “Yo me muevo para que ellos puedan tener todo lo que necesitan. Por eso cada vez que una madre me pide algo para su hijo enseguida trato de conseguírselo, y hacer ese tipo de cosas a mí me hace sentir muy feliz y satisfecha de que cuando los chicos se levantan tengan un calzado que ponerse o antes de ir a la escuela puedan tomar la leche o ir con guardapolvos, mochilas y útiles”, precisó. También agregó: “Yo inicié todo esto más por los chicos que por los grandes, ya que si fuera sólo por los grandes a este lugar ya lo hubiese cerrado, porque muchas veces los grandes son cómodos, pero los chicos me dan lástima, por eso yo los espero con la leche y les doy algo calentito de comer”.
Durante todos estos años ayudando a gente muy carenciada, innumerables son las escenas que han quedo grabadas en su memoria, sin embargo hay una que a Hilda le quedó más marcada por la manera en que le impactó: “Fui a ver a una mamá que tenía al nenito de 8 años que estaba durmiendo enrolladito en el sueño, tapado con sacos, y también tenía sacos que le hacían de colchón y almohada. Eso me hizo re mal, porque me dolió un montón lo que vi, así que cuando vinieron de la Colchonería Melfis, que está en la calle Necochea, les di la dirección para que ellos vean a quiénes estaban ayudando. Después la mujer me llamó llorando para felicitarme. Me dijo: `Que Dios te ilumine por lo que hacés´. Y esas son las cosas que le dan sentido a tanto esfuerzo por ayudar” comentó Hilda.
También quisimos saber cómo era su relación con la esfera municipal. “En la época de Helios Eseverri conté con la ayuda de unas mujeres de las que se hacía cargo la Municipalidad, pero ellas hicieron algunas cosas que me defraudaron, así que le agradecí a Eseverri y desde ese día decidí seguir adelante sola con el comedor, con la ayuda de mi marido, que fue cocinero en San Jacinto durante 30 años, y mis hijos, que me prometieron que nunca me iban a fallar”. Y en lo que respecta a la actual gestión resaltó: “Aún no he ido, pero pronto iré a hablar con el nuevo intendente porque tengo que darle solución a un tema que requiere de urgencia. Ahí veré si Galli es tan bueno y solidario como la gente dice”.
Supusimos que en tantos años de servicio sin pausa alguna, era muy probable que en algún momento se le hubiese pasado por la cabeza cerrar el comedor. “Una vez, hace cuatro años, antes de comenzar con la cuota-socio, pensé en dejar, porque no tenía forma de seguir sosteniendo la ayuda, pero en ese momento vino un muchacho que trabaja en Coopelectric, que se había enterado de que estaba pasando por un mal momento y me dijo: `Usted no va a cerrar, yo la vengo a ayudar señora, porque a mí me gusta ayudar´, entonces le dije que si él me ayudaba seguiría, y así fue como continúe. De todos modos, sé que por más que dije que podía llegar a cerrar el comedor, muy dentro mío sabía que nunca lo haría por más difícil que fuese mantenerlo abierto. Y gracias a Dios siempre quise seguir ayudando e ir por más.”.
“Yo no tengo problemas en que la gente que está pasando por un mal momento pase para que lo ayude, de todos modos llevo una planilla en donde voy anotando con rojo a la persona que me falta darle y con verde a quien ya le di, porque si bien no le tengo que rendir cuentas a nadie por lo que hago, de todos modos me gusta llevar todo bien prolijo, de manera que cuando una persona se acerca para colaborar sepa de qué manera se distribuye la ayuda y también esté al tanto de lo que estamos necesitando”, mencionó Hilda.
Uno bien podría suponer que lo más difícil de la labor que realiza Hilda tiene que ver con el esfuerzo físico que la tarea demanda, sin embargo esa no fue su respuesta. “Lo más difícil de la tarea que realizo es aconsejar a las mamás -destacó-, eso cuesta mucho porque a veces lo que les digo les entra por un oído y les sale por el otro. No sucede en todos los casos, pero sí muchas veces rezongo porque a mí me interesa que los chicos no sufran, porque yo lo viví con los míos y no quiero que eso se repita porque fue algo que me quedó marcado”.
“Hace un tiempo hice un relevamiento porque no quiero que las madres vayan al comedor por comodidad sino por necesidad, y en eso aprendí a ponerme firme. Eso implicó que hoy en día algunas madres pasen y ni me miren, pero yo sé que actué bien porque quiero que la ayuda la reciban quienes realmente la necesitan, por eso a la primera que en su momento desafecté fue a una mamá que al cabo de un año de recibir ayuda comenzó a venir en un auto que se había comprado a buscar la comida”, dijo Hilda con gesto adusto.
Nos intrigaba saber cómo era un día de trabajo en sus comienzos con el comedor, sin embargo cuando se lo preguntamos su respuesta nos dejó con la boca abierta: “Empezaba a pelar la verdura a las dos de la tarde y eran las 11 de la noche y todavía seguíamos limpiando. Cuando arranqué cocinábamos con mi marido y también ayudaban mis hijos cuando yo estaba agotada, porque a veces además de cocinar tenía que seleccionar bolsas de ropa para entregar de acuerdo a la necesidad de cada familia. Fue mucho el esfuerzo que realicé durante estos 14 años, por eso ahora estoy enferma. Me enfermé de los nervios por querer ayudar a otros, porque yo me involucraba en todas las historias y siempre quería ayudar. Ahora el doctor me dijo que estoy pasada de estrés y que necesito bajar un cambio y tomarme descanso, porque de los nervios ya adelgacé 10 kilos”.
Hilda hizo una pausa en su relato y agregó: “El médico me dijo: `Ahora sólo tenés que pensar en vos y cuidarte´, también me aclaró que probablemente me cueste mucho porque estoy pasada de revoluciones. De todos modos, lo más problemático que tenía ya pasó, ya que hace ocho meses tuve una venita de la cabeza que se me había tapado y me daban puntadas muy fuertes en la cabeza que me hacían perder el equilibrio. Estuve 20 días en la cama, sin poder caminar, y la verdad que por mi exceso de responsabilidad me enloquecí sin poder moverme. Constantemente le decía a mis chicos que le dieran bien las cosas a la gente y ellos me decían `sí, mamá, quédate tranquila´ ”.
“Ahora, Gracias a Dios, ando sola sin ningún problema. Aún tengo un poco de dificultad al caminar, pero a lo que estaba me siento muy bien. De todos modos ya decidí que en agosto festejo el último Día del Niño y voy a dale paso a mi hija para que continúe con la tarea. Con el comedor voy a seguir, porque estaré controlando y colaborando, pero no haré la tarea de ir y venir, llevando y buscando cosas por toda la ciudad, porque eso me genera un gran desgaste físico”, declaró.
“Como los médicos me dijeron que sí o sí tengo que descansar porque de lo contrario me costará la vida, en agosto mi hija Andrea Salazar, que tiene 27 años, será quien hará todo lo que yo hacía al pie de la letra, y yo estaré a su lado para que no cometa errores. Ella fue la que me dijo, `mamá, vos tenés que descansar porque te estás enfermando a cada vez más, yo me hago cargo´, y acepté su propuesta porque ella es de mi mayor confianza y siempre me ha ayudado con el comedor”, mencionó.
En la medida en que íbamos escuchándola atentamente, notábamos que la palabra “descanso” parecía no formar parte de su vocabulario, y eso nos motivó a preguntarle en qué época del año se tomaba vacaciones. “Durante estos 14 años que llevo con Rincón de Luz nunca tuve vacaciones, porque no quería dejar a la gente sin asistencia. Siempre digo `qué lindo sería poderme ir aunque más no sea una semana de vacaciones´. Sí he ido a Mar del Plata, Necochea y Tandil pero en viajes en donde vas y venís en el mismo día, pero no es lo mismo, porque al final volvés más cansada que cuando te fuiste. Mis hijos a veces me dicen `andá mamá que te reemplazamos´, pero yo sentía que no sería lo mismo. De todos modos ahora con mi problema de salud estoy forzada a bajar un cambio porque el cuerpo no me da para más, y tengo la advertencia hecha por el cardiólogo y el neurólogo de que debo descansar”.
En función del hermoso servicio comunitario que Hilda brinda a toda hora, sería lógico de esperar que por el hecho de hacer el bien la vida la premiara con sus necesidades cubiertas, sin embargo no es así, y eso la lleva a pasar momentos en donde los cuestionamientos internos afloran con intensidad. “Hay veces que me cuestiono por qué dando tanto como doy tengo que pasar necesidades, y eso me bajonea, porque me esfuerzo mucho para hacer todo bien y sin embargo es como que me echan mala onda. De todos modos siempre sigo mirando para adelante y no bajo los brazos”.
Según nos explicó, “el comedor se mueve gracias a la ayuda de la gente. Yo cobro 3.400 de pensión y con eso me tengo que comprar los remedios, que me salen casi 800 pesos. A mí sólo me ayuda la gente. Del Municipio no recibo nada, y tampoco tengo la tarjeta de manzanera, porque en noviembre del año pasado, después de haber colaborado durante 22 años con el plan, me dijeron que no me darían la tarjeta porque tengo esa pensión que te mencioné. Y para colmo mi marido hace cinco años que está sin trabajo por cuestiones de salud, porque es diabético y eso le afectó las piernas”.
“Cuando comencé con el comedor muchos de los comentarios que escuchaba me tiraban abajo porque me daba manija cuando me enteraba que algunos decían que yo era una sinvergüenza porque me quedaba con las cosas, pero con el tiempo aprendí a que no tenía que engancharme con los comentarios maliciosos porque sé lo que estoy haciendo, y si sería cierto eso que decían yo no estaría en deuda como estoy con Coopelectric ni con una tarjeta por no saber usarla. Hay gente que me dice por qué no uso el dinero del comedor, pero yo les digo que no porque eso que se recauda no es para mis cuestiones personales sino para ayudar a los que más lo necesitan. De todos modos sé que Dios me va a ayudar, y yo me sigo sintiendo feliz de poder seguir ayudando a la gente”.
“Con la cuota socio llego a pagar todo lo del comedor y ese es dinero que no se toca, pero no llego a pagar lo mío, lo de mi casa, que es aparte. Ahora estoy tratando de que me ayuden a poder pagar el gas y la luz porque con mi pensión y el costo de los remedios es imposible afrontar esos gastos”. Ese último que transcribimos, relacionado con sus deudas, Hilda pidió que mejor no lo citáramos, pero de todos modos sentimos hacerlo porque es justo que quien pueda la ayude, porque ella desde hace mucho tiempo lo viene haciendo, y sin descanso.
Retomando lo del comedor, Hilda mencionó: “Dios me ayuda mucho para que pueda ayudar a los chicos y a todos los que realmente precisan. Afortunadamente es mucha la gente que me ayuda con el comedor, tal como el abogado Germán Lestelle, que me ayuda muchísimo, pero mejor no quiero dar nombres porque seguramente en este momento no me acordaré de mencionar a todos, porque en 14 años es muchísima la gente que me ha venido a ayudar”, indicó”.
“Momentáneamente las instalaciones del comedor no pueden usarse -manifestó- porque haremos refacciones en el techo y volveremos a pintarlo, porque las constantes lluvias hicieron que la humedad aparezca y la pintura se salte, por eso hasta solucionar estos inconvenientes entrego viandas, que consisten en sandwiches, hamburguesas, flan, gelatina, helado (que todos los miércoles dona Grido) y todo lo que me van donando, más lo que yo voy comprando con el dinero que se recauda con la cuota socio”.
Como se lo habíamos escuchado mencionar varias veces, le preguntamos qué implicaba la cuota socio. “Ser socio del comedor no implica una suma fija, la gente colabora con lo que pueda, de manera voluntaria, porque todo suma, así sea un peso. Hasta ahora, gracias a Dios vamos bien, porque también contamos con el apoyo de comerciantes que desinteresadamente nos brindan su apoyo”.
Sabiendo que se acerca su momento de descansar por pedido de los médicos, le pedimos que nos dijera qué siente en relación a todo lo vivido en Rincón de Luz y cuál es su balance. “A mi encanta ver cuando los chicos se van re felices de acá. También hemos hechos bailes, festivales y todo tipo de celebraciones, por eso la verdad es que nunca pensé que me iba a enfermar de los nervios, ya que más allá del esfuerzo y de algunos disgustos, realmente me gusta lo que hago. De todos modos tengo en claro que ahora tengo que empezar a descansar y también darme permiso para disfrutar de la vida y de mi hijo más chico, que ya tiene 11 años, porque durante todo este tiempo no disfruté casi nada porque siempre estuve pendiente de las necesidades de los demás”.
“De todos modos cuando hago un balance de todo lo que hice me siento muy feliz y estoy muy tranquila por haber hecho siempre mi mayor esfuerzo para cumplir con todos, por eso cada vez que alguien me decía lo que necesitaba yo lo anotaba y enseguida hacía hasta lo imposible para conseguirlo, y se lo conseguía. También me siento feliz porque pese al esfuerzo nunca descuidé a mi familia y todos mis hijos pudieron estudiar. Hoy la verdad es que no me puedo quejar de ninguno de ellos, al contrario, incluso uno de mis hijos gracias a Dios se recibió y lo tomaron de camillero en la Clínica María Auxiliadora, así que estoy feliz”, dijo sonriendo.
“Para mí está bueno en la vida ayudar al que realmente lo necesita, sobre todo a los chicos, las madres y a las personas mayores, que lo necesitan mucho. Yo siempre les digo a los chicos que viene al comedor que nunca bajen los brazos, porque si bajan los brazos pierden. También les remarco que tienen que estudiar y ser responsables para el día de mañana poder disfrutar de sus hijos. Yo siempre que les hablo siento como que les estuviese hablando a mis propios hijos, y cuando cocino también lo hago como si lo estuviese haciendo para mi propia familia. No les hago cualquier cosa, porque las madres y los chicos que vienen no son chanchos, son personas. Por eso cuando cocino busco que la comida no sólo sea nutritiva sino también rica, por eso hago que la ayuda que me brindan se vea reflejada en lo que ellos comen y en las cosas que reciben”, manifestó.
No queríamos irnos sin también preguntarle qué cosa la haría aún más feliz. “A mí me haría feliz ver que más gente se anime a emprender comedores porque hay muchos chicos de diferentes barrios que ahora precisan ayuda. Muchas madres me dicen que ellas no tienen paciencia y no quieren andar rompiéndose la cabeza. Sin embargo yo les digo: ´no sabés lo lindo que es apoyar a la noche la cabeza en la almohada y que duermas bien porque sentiste que pudiste ayudar, eso es algo hermoso, porque un nene te lo va a agradecer toda la vida´. Además, con el tiempo los chicos devuelven eso que recibieron, ya después se ofrecen para venir ayudar y me agradecen que en su momento los haya aconsejado para que no vayan por mal camino”.
También le preguntamos de dónde sacaba fuerzas para poder continuar en los momentos más duros. “Siempre le pido a Dios todas las mañana y también cuando me acuesto para que me de fuerza y salud para poder seguir. A mí Rincón de Luz me ayudó a centrarme en el corazón y a tener un vínculo más cercano con la gente y con los chicos, por eso mientras Dios me de salud y fuerzas voy a seguir, por eso la gente que quiera colaborar tiene las puertas abiertas en Muñoz 1204, que es donde está Rincón de Luz o también pueden llamarme al 15583455. Ahora tengo pedidos de frazadas y zapatillas, de todos modos, recibo todo aquello que sientan donar, porque siempre hay gente que necesita”.
Hilda le ha dedicado muchísimo tiempo y energía a brindar servicio en Rincón de Luz, por eso internamente sabe que cuando pare al principio le costará, porque ella siempre fue muy de estar en todos los detalles y se preocupó por responder en tiempo y forma a cualquier necesidad. “Aunque esté al frente mi hija yo voy a seguir ayudando”, mencionó. Y seguramente así será, porque de esta manera la vida la pone en un nuevo rol, el de custodia y guardiana de una tarea luminosa que hace la diferencia en la vida de innumerables personas.
Afortunadamente son muchas las instituciones, agrupaciones y vecinos que durante todos estos años la fueron ayudando (y lo seguirán haciendo) a realizar diferentes eventos a beneficio del comedor, sin embargo la demanda de asistencia social es tan grande que por ahora la ayuda nunca es suficiente.
Hilda es una mujer muy servicial. Una guerrera inclaudicable. Forma parte de la noble raza de audaces soñadores que se lanzan hacia lo imposible con tal de ayudar, y convierten las dificultades en oportunidades para seguir aprendiendo.
Teniendo nueve hijos, una situación económica apremiante y una casa muy humilde, nadie hubiese pensado que Hilda tendría tiempo o se animaría a hacer una tarea tan necesaria como desgastante. Sin embargo, por más que algunos pensaron que estaba “loca”, ella confió en su sentir y fue capaz de salir a pedir por los que más lo necesitaban.
Hilda es una mujer que alumbra. Desde su corazón irradia la luminosidad del amor que lleva a que se sienta que en la Tierra hay gente buena y solidaria. Alumbrar es también dar a luz, y ella ayuda a parir una nueva humanidad. Así son los ángeles humanos que encarnan la bella misión de iluminar sirviendo. No porque sí su apellido es “De los Santos” y es la más firme guardiana de “Rincón de Luz”. Ahora llega su momento de descansar y aprender a disfrutar, custodiando en vida que su hija Andrea mantenga esa hermosa y necesaria Luz encendida.
Para que la puedan conocer un poco más a Hilda, acá les dejamos la entrevista que hace un tiempo le realizó Claudia Bilbao para el Canal Local: